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martes, 31 de agosto de 2010

Lo que queda del viajero



El viajero tendrá a estas alturas del verano la mirada de un refugiado. Lleva un mes trasegando maletas de acá para allá, de costa a costa, comiendo y durmiendo a deshoras y bregando con cinco caravanas y decenas de kilómetros de circulación densa.
Al viajero a estas alturas le dará por hacer balance y escoger algún fotograma emocional que resuma sus vacaciones, algún recuerdo elocuente que dé sentido a todo este tiempo de ocio y será entonces cuando se acuerde del cine. Porque el viajero cuando allá por Julio era aún un hombre sedentario fue con su hijo y sus amigos (ya me los llevo yo -dijo una tarde al resto de progenitores) al cine.
De esa sesión en que se pusieron gafas de papel para ver en tres dimensiones el estreno de Toy Story no habrá imágenes. Habrá fotos de Doñana, de la playa de la Flecha; instantáneas de la Sierra de Aracena y hasta de las tres carabelas pero ni una sola de esos minutos que ahora le parecerán tan importantes, tan premonitorios porque los chavales se desenvolvieron como si él no estuviera; hubiera podido marcharse de la sala y nada habría ocurrido.
Echó de menos los tiempos de Nemo y de Chicken Little y comprendió que todos -también el cine- habían cambiado, se habían hecho mayores.


martes, 24 de agosto de 2010

Gato encerrado



A ese gato que se asoma hoy a esta ventana nunca lo había visto. Había pasado cientos de veces junto a esa casa a la que se ha encaramado y jamás había reparado en él. Cierto es que uno va deprisa a todas partes, que pocas veces tiene la oportunidad de andar por andar, de mirar, de observar lo que a diario simplemente ve. Admitamos que lo ocultan los árboles y que el palacio que se levanta apenas a unos metros es un serio competidor pero, así y todo, mi despiste con este gato de mi barrio es imperdonable.
Cuando leáis esta entrada estaré bastante más al Sur, a orillas del Atlántico, lejos de este felino que tiene una vista privilegiada del Cantábrico. Sirva esta imagen para hacerle justicia y para animaros a observar, a mirar; a andar por andar.

martes, 17 de agosto de 2010

Rompiendo moldes


Crédito de la imagen

Acabo de terminar una novela de Luis Manuel Ruiz, El ojo del halcón. Tal vez el argumento -una mezcla de novela negra e histórica- no resulte sorprendente pero sí los mimbres con que está construida: el protagonista, encargado de resolver el enigma, no responde en absoluto al modelo establecido; es un jubilado que empieza a flirtear con la muerte.
El estilo del autor es impecable, sobre todo cuando se detiene en una descripción o comparte con nosotros las cábalas del anciano.
Para apreciarla conviene, eso sí, tener unos añitos y haber tomado conciencia del paso del tiempo.


martes, 10 de agosto de 2010

Complementarios




Crédito de la imagen

(Hombre y mujer sentados en un sofá. Por el tono diríase que abordan un episodio de crisis de pareja: somos tan diferentes, cariño...).
ELLA. No sé, cielo, cómo no lo ves: estamos hechos el uno para el otro. Para compartir la vida (se pone pelín pedante) no debemos buscar a alguien idéntico, sino simétrico, una media naranja...
ÉL. ---
ELLA. Tú eres -reconócelo, cosita- terco y yo flexible.
ÉL. ---
ELLA. Tu calma frena mi impulsividad; date cuenta, corazón.
ÉL. ---
ELLA. (desesperada) Tú... eres podólogo; yo, logopeda.
ÉL. ---


martes, 3 de agosto de 2010

Traidores



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Si no anda uno listo, el cuerpo le -o lo traiciona. Está diciendo uno A cortésmente y los ojos dicen B. Lo mismo pasa con las manos: te descuidas un segundo y se van al pan.
Mi marido fue a Pasapalabra y le -o lo- traicionaron los nervios. Cuando veíamos juntos el programa, sus nervios le demostraban una inquebrantable lealtad pero fue llegar a la tele y amotinarse.
Anduvo un tiempo cabizbajo, rumiando aquella pública infidelidad. Tardes enteras me tuvo repasando aquel rosco nefasto.
Lo olvidó mucho después, cuando lo -o le- traicioné con un veinteañero.
Hace -si no me traiciona la memoria- casi dos años que no le -o lo- veo.